Ya lo dijo Charles Chaplin: "la vida es una obra de teatro que no permite ensayos..."
Todos necesitamos el monóculo de la felicidad, las gafas de la alegría, las lentes de la compasión. Porque somos seres humanos, sociales por naturaleza. ¿Cómo es eso de ayudar desde el corazón?

Sobre mí

Todos tenemos gafas. O lentillas, según como nos veamos más guapos. Aquí vale todo. Hasta los monóculos que los ricos gordinflones con bigote retorcido utilizan para ir al teatro en las películas antiguas. ¿Qué? ¿Qué tú no? Veamos (y nunca mejor dicho).

Según tengo entendido, no son nuestros ojos los que ven, sino nuestro cerebro. Voy a permitirme el lujo de trasladar esta afirmación a mi terreno: “no vemos con los ojos, sino con el alma”. Dejemos al margen conceptos abstractos de alma, descripciones griegas, latinas y egipcias del término y centrémonos en lo que cada uno entiende por alma. Aquí se permite la diferencia de pareceres, no hay Congresos ni Senados para lanzarnos balas lingüísticas.

Cada persona tiene su forma de ver y enfrentar el mundo, y es en esa diversidad donde radica la característica social de todos nosotros. Vamos, que en la diversidad está la riqueza, como dice mi madre. Este es el punto que vertebra este espacio virtual, este pequeño resquicio del mundo que se aparta un poco de los estandartes idealistas de esta sociedad tan “monetizada”. Todos tenemos nuestros monóculos para ver el teatro que es la vida. Unos la ven corrupta, otros la ven desgarradora, otros bella, otros acabada, los de allá la ven llena de oportunidades y los de más acá como fuente de sufrimiento. Yo, personalmente, tengo unas gafas de color rosa, anchas, como el culo de una botella, que me llevan a ver la parte bondadosa de la condición humana y a soñar con la posibilidad de que todos nos despojemos, algún día, de nuestros cachivaches oculares y podamos contemplar el mundo tal y como es: hermoso, humano y social.




En cuanto a mí, afuera me conocen como Isabel y dicen que soy un alma social, amante del modo manual de una Nikon que hace ruido al enfocar. Me molesta el palpitar de los corazones injustos y el trote y galope de las palabras perdidas entre la tristeza. Me disgusta el chirriar de la tiza en la pizarra, el vacío de ideas y la ausencia de esperanza. Me dan vértigo las caricias olvidadas y la indiferencia social.

Me enamora el rock y las sonrisas espontáneas. Me gustan los detalles extremos, las historias del vivir y del sobrevivir y los poemas de Escandar Algeet. Es el impulso de la semejanza social el que me lleva a creer que existe un mundo utópico, que crece con cada gesto compasivo de quienes tienen valor para ser valientes. Siempre me han gustado los valientes, aquellos que dan sin pedir nada a cambio, los que fallan y se enorgullecen de su condición humana, los que reconocen que no es culpa de la piedra, sino de sí mismos. Bien dicen que uno siempre admira aquello que no tiene…

Mi afición principal es escribir, aunque no se note mucho. En el ranking, va ganando puestos la fotografía, aunque más de ojo que de técnica, he de admitirlo. Y si digo que conducir me gusta, miento. Me encanta.

Con el peso de la Integración Social a la espalda, tengo dos patos que el próximo 7 de Diciembre morirán y, por cierto, estudio Educación Social en la tierra de Roberto Iniesta.


Isabel Dávila. 

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