Pobreza se levantó y miró a su alrededor. Indiferencia paseaba a sus hijos como si de perros se tratasen, atados de correas, bien educados; llevaban los ojos cerrados y no veían... o no querían ver. Después, Pena la miró y dejó caer un gajo de Suerte entre sus manos, que temblaban por el frío. Ayuda no sobrevolaba aquel día los párpados de ningún ser humano y Pobreza elevó la mirada al cielo, en su busca. La helada de la noche anterior se había acomodado en sus huesos, pero Bondad se negaba en rotundo a cederle la mano de su hija Esperanza.
Nadie sabe qué fue de Pobreza, que un día, ataviada con una manta y un abrigo carcomido por el pasar de los años, decidió abandonar a Mundo. Días después, Ilusión la encontró soñando con la eternidad y, sorprendentemente, Pobreza sonreía.
A todos aquellos héroes de la calle, sin nombre ni cartera, a los que el mundo les niega la oportunidad de vivir. A los que superan las dificultades sin el verde todopoderoso, sólo con sonrisas.
Isabel Dávila.
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