Tantos como personas, diría yo.También hay personas de colores. Están los que se ponen verdes de envidia, rojos como un tomate, morados de comer, los que se quedan en blanco y los príncipes azules.
Y qué curioso, oiga. El negro siempre tiene connotaciones negativas si hablamos de modismos españoles. Oigo mucho decir a mi vecina: ¡Ay, Isabel! Que mi niño me tiene negra con estas notas; cuando llegan los exámenes, la frase de moda en mis grupos de Whatsapp es: "Yo lo veo todo negro... me van a crujir"; o lo más típico: "¡Cuidado! ¡Un gato negro! No lo mires, que da mala suerte".
Imaginen a Luisito, un niño que, desde su nacimiento, comienza a escuchar términos y modismos como estos dentro de su casa. ¿Cómo comprenden ustedes que esa criatura va a asociar el color negro con algo bueno o bello? El poder de las palabras es tal que influye hasta en nuestros propios pensamientos y actitudes.
Sí. Hablo de racismo. Luisito es un racista latente, en potencia. Cuando salen a comprar, el pequeño mira embobado el color negro de la piel de un señor que hay sentado en la puerta del supermercado. Mamá lo coge de la mano y tira de él. "Luisito, apártate de ese señor". Él no lo entiende, pero va a portarse bien, para que su mamá no se ponga negra como ese señor. "Mamá está más guapa blanquita, con los mofletes rosa".
El racismo es cuestión de educación, señores. Comportamientos relacionados con esta actitud discriminatoria provienen de la base educativa que el niño haya cimentado. Por eso es llamativo el hecho de culpar a la propia persona de ser racista. Yo estoy de acuerdo con eso de "racista no se nace, se hace". Y la triste realidad es que valores como estos siguen inculcándose cada vez más a los más pequeños por parte de los propios padres.
Muchas tardes, cuando estoy en mi pueblo, me acerco al parque y escucho con atención las conversaciones que tienen los abueletes sentados en los bancos. "Pues yo no sé. Estos negros nos inundan. Pues mi vecina se ha casado con uno, vaya vida va a tener. Vienen a España a quitarles el trabajo a los que están aquí. Normal que mi nieto se haya tenido que ir a Alemania a buscarse la vida". Me come la impotencia. Me dan ganas de ir a explicarles que esa persona de color al que él desprecia tiene a sus espaldas el peso de 3 hijos pequeños, que ha entrado en España jugándose la vida y que lo único que busca es un sustento, aunque sea el más precario de todos. Pero me replanteo la situación y pienso que ya no son niños y, para su propia desgracia y la mía, como futura Educadora Social, cambiar una actitud supone tiempo, además de bastante flexibilidad y plasticidad mental, que a edades avanzadas ya suelen haberse perdido.
Y me da pena.Y pena de la mala, además. Se cree (con mucho orgullo, dicho sea de paso) que la sociedad moderna ha avanzado en todo, que somos la modernidad y el descubrimiento. Qué confundidos estamos. Hemos crecido en la superficie, en la presencia, pero la base, la esencia sigue estanca. ¿Cómo es posible que hayamos desarrollado conocimientos que nos permitan abrir a una persona, sacarle el corazón y sustituirlo por otro cuando no podemos, sencillamente, establecer igualdad entre el color blanco y el negro? Los colores se aprenden de pequeños, repito.
Somos personas, por amor al cielo. Un alma, una mente, ojos, piernas, manos y boca. Vamos a hacernos un favor a nosotros mismos y vamos a quedarnos con lo bueno del color negro: a todos nos gustan los helados de chocolate negro, el paraguas de Mary Poppins era negro y la hacía volar, el café negro es un placer que nadie debería perderse, Martin Luther King y Nelson Mandela son la encarnación de la paz en la Tierra y sobra decir cuál es el color de su piel.
Hasta aquí mi crítica. Tan solo me queda añadir un pequeño detalle: educar a un niño en la igualdad es, salvando las distancias, como poner a punto un coche antes de una carrera. No nos va a fallar cuando estemos corriendo y, al final, nos hará ganar.
-¿Cuál de los dos crees que, de grande, va a ser rico?-
-El blanco-
-¿Cuál de los dos crees que, de grande, va a ser pobre?-
-El negro-
Isabel Dávila.

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