Todos tenemos gafas. O lentillas, según como nos veamos más guapos. Aquí vale todo. Hasta los monóculos que los ricos gordinflones con bigote retorcido utilizan para ir al teatro en las películas antiguas. ¿Qué? ¿Que tú no? Veamos (y nunca mejor dicho).
Según tengo entendido, no son nuestros ojos los que ven, sino nuestro cerebro. Voy a permitirme el lujo de trasladar esta afirmación a mi terreno: "no vemos con los ojos, sino con el alma". Dejemos al margen conceptos abstractos de alma, descripciones griegas, latinas y egipcias del término y centrémonos en lo que cada uno entiende por alma. Aquí se permite la diferencia de pareceres, no hay Congresos ni Senados para lanzarnos balas lingüísticas.
Cada persona tiene su forma de ver y enfrentar el mundo, y es en esa diversidad donde radica la característica social de todos nosotros. Vamos, que en la diversidad está la riqueza, como dice mi madre. Este es el punto que vertebra mi espacio virtual, este pequeño resquicio del mundo que se aparta un poco de los estandartes idealistas de esta sociedad tan "monetizada". Todos tenemos nuestros monóculos para ver el teatro que es la vida. Unos la ven corrupta, otros la ven desgarradora, otros bella, otros acabada, los de allá la ven llena e oportunidades y los de más acá como fuente de sufrimiento. Yo, personalmente, tengo unas gafas de color rosa, anchas, como el culo de una botella, que me llevan a ver la parte bondadosa de la condición humana y a soñar con la posibilidad de que todos nos despojemos, algún día, de nuestros cachivaches oculares y podamos contemplar el mundo tal y como es: hermoso, humano y social.
Bienvenidos al Teatro Social de Isabel Dávila.

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