Y pensó en el tiempo; en su pasar incansable y el peso de las agujas del reloj sobre su vida. Lo tenía todo, pero se sentía vacía. Y es que estaba atada a sus pensamientos.
Echaba de menos la tranquilidad mental, el sosiego mañanero y, ¿por qué no decirlo? la falta de responsabilidad. Necesitaba un descanso, merecido o no.
Y, de pronto, sonrió. Se dio cuenta de que las agujas del reloj se habían parado en seco. Ya no hacían tic tac. Cogió su guitarra y puso un Sol menor a duras penas. Rasgueó con los dedos abajo, abajo, arriba, arriba, abajo y arriba. En bucle. Y dejó de mandar su corazón. Cogió las riendas de su vida en un instante fuera del tiempo que tanto la anclaba al suelo y sonó algo como esto:
Ya no sueña en grande. Ahora se permite un capricho onírico de vez en cuando, porque sabe que su vida es mejor que cualquier irrealidad dormida.
Se ha acostumbrado a acostumbrarse.
Y es mucho más feliz que antes.
Isabel Dávila.
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